FarfaHacia el monasterio benedictino de Farfa, en el verano de 1350, Brígida dirigió sus pasos. Probablemente siguió la misma ruta del pio Tomás de Maurienne: primero la Vía Salaria y después el paso de los “Quattro Venti” (cuatro vientos). No tuvo necesidad de preguntar por el camino a seguir. La poderosa torre de la Abadía se veía desde lejos. En Roma, Brígida había oído la voz de Cristo: “Va a Farfa, una habitación está lista para ti!”. Llegó a Farfa con el maestro Petrus Olai y otros que generalmente la acompañaban, y se hizo anunciar. Ella pensó que habría sitio para ella y para su grupo en la gran hospedería del monasterio. Pero la echaron de allí. El Abad Arnoldo le mandó decir: “No tenemos costumbre de alojar mujeres en el monasterio. Pero si queréis dormir en el trastero, podéis pasar”. Un trastero situado en una construcción externa, donde el portero guardaba sus enseres: esta era la habitación que le habían preparado! “Eso es, le dijo Cristo mientras estaba rezando, antes tú has vivido en casas lujosas y en palacios suntuosos, ahora tienes que experimentar lo que han tenido que soportar mis santos en sus cuevas”.

FarfaBrígida aceptó la lección y se quedó en el trastero (Extrav. 97). En recuerdo de este viaje tan especial, tenemos algunas bellas revelaciones sobre San Benito y su obra (III:20-21).


FarfaEn el mismo periodo en que Brígida estaba en Farfa, llegó a Roma como peregrina su hija de 18 años, Catalina. Algunas semanas después, dado que su hija quería volver a Suecia, Brígida fue advertida en visión de aconsejarla que se quedase por el momento en Roma. De hecho el marido de Catalina estaba enfermo (Catalina estaba casada con Eggard van Kyren, con matrimonio blanco), y Cristo comunicó que la enfermedad significaba que él moriría. La vez siguiente que Catalina quiso volver a casa, Brígida respondió con las palabras de Cristo: “Di a esta joven, hija tuya, que ella ahora es una viuda. Y he decidido que tendrá que estar contigo, porque yo me cuidaré de ella”. (VI: 118).